Cuenta la leyenda que la arcilla del municipio de San Bartolo Coyotepec, en el estado de Oaxaca, es santa. Los alfareros que la usan para fabricar la famosa cerámica de barro negro de Oaxaca son reacios a desvelar su secreto.
Pero Amando Pedro Martínez es una excepción. En el horno de tierra de su alfar, ya apagado, aún saltan chispas cuando introduce las manos envueltas en paños para sacar unos platos lisos y oscuros como el ébano. Fabricadas con arcilla de las laderas de la Sierra Madre, al otro lado del valle, estas piezas empezaron siendo del color del barro húmedo. Oscurecidas por el calor y el humo, han adquirido elegantes tonos grises y negros que evocan el crepúsculo. No es de extrañar que los cuentos populares zapotecos llamen al barro negro «cerámica de la noche».
Este alfarero de 66 años sigue una tradición artesanal con más de 2.500 años de antigüedad. Las amplias y pulcras calles de su pueblo están flanqueadas por talleres domésticos en los que trabajan familias enteras para convertir el barro en cacharros y figuritas. Llegan autocares llenos de visitantes para adquirir la emblemática cerámica negra. Pero lo que ven los turistas no es exactamente tradicional.
Cuando el estaño, el aluminio y el plástico empezaron a desplazar los clásicos recipientes de arcilla negra, los artesanos se adaptaron a un mercado cambiante introduciendo formas nuevas, ofreciendo piezas decorativas e incorporando técnicas diferentes, como el uso de moldes de plástico y el grabado de dibujos. Aunque gracias a estas innovaciones la cerámica negra ha sobrevivido –hay quien diría que prosperado–, también han puesto en entredicho la relación histórica del pueblo con la arcilla.
Sin embargo, una nueva generación de talentos, entre ellos los que forman la cooperativa Colectivo 1050°, de la que forma parte Pedro Martínez, está devolviendo la cerámica a sus raíces utilitarias. Para hacerlo, los alfareros llaman la atención sobre el sofisticado diseño y la sostenibilidad inherente de esta artesanía, antídoto contra el plástico desechable.
«El barro negro es la megafauna de la cerámica oaxaqueña –dice Eric Mindling, fotógrafo documentalista y autor de Barro y fuego: el arte de la alfarería en Oaxaca–. Es el más reconocible, pero su auge depende de un rico ecosistema alfarero». Mindling ha visitado más de 70 poblaciones de Oaxaca y ha encontrado al menos otras tantas variaciones de estilos.
Los primeros ejemplos de cerámica negra se hallaron en Monte Albán, bastión mesoamericano zapoteco y mixteco que data del año 500 a.C. Situado a unos ocho kilómetros al sudoeste de la ciudad de Oaxaca de Juárez, el yacimiento de Monte Albán se yergue en la confluencia de los tres principales valles oaxaqueños, un paisaje de valles sinuosos, puertos de montaña y rutas comerciales.
La cerámica oaxaqueña surgió para realizar tareas tales como cocinar, almacenar grano y alimentos y regar. Casi toda la cerámica de la región estaba diseñada para absorber el choque térmico de la cocción sobre una llama caliente, pero la de San Bartolo Coyotepec era diferente. Cocido a altas temperaturas en hornos subterráneos sellados, el barro negro conjuga el color y la impermeabilidad de la arcilla que resultan de la intensa carbonización. Es adecuado para contener y transportar líquidos, pero no para cocinar, a diferencia de la cerámica roja tradicional.
«En Oaxaca, el barro representa una forma de vida», afirma la diseñadora industrial Kythzia Barrera, cofundadora del Colectivo 1050°, quien colabora con alfareros indígenas para poner en valor el ancestral sistema de producción y consumo en equilibrio con la Tierra, la «mentalidad artesanal», como dice ella.
«Pensemos, por ejemplo, en el cántaro –propone la diseñadora–. Tiene un cuello corto por el que se ata para bajarlo al pozo. El cuerpo, curvo y oviforme, está diseñado ergonómicamente para inclinarse al tocar el agua. La boca la recoge y la mantiene en el interior, sin derramarse. Es un diseño perfectamente ajustado a su función, con cero desechos».
En Oaxaca, donde las comunidades tradicionales luchan contra la marginación, el barro es parte integral de la identidad. «Así que seguiremos creando y usando alfarería –dice Barrera–. Es imprescindible».
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Rachna Sachasinh escribe sobre viajes y cultura y ha trabajado con colectivos artesanos, incluidos los de Oaxaca. La fotógrafa mexicana Mariceu Erthal García está afincada en Querétaro.
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Este artículo pertenece al número de Abril de 2022 de la revista National Geographic.
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