Los inviernos en Noruega son muy fríos. Aún así, él dormía siempre con la ventana abierta de la habitación, mientras que en sueños, alcanzaba los paisajes polares más extraordinarios. A aquel joven llamado Roald Amundsen aún le quedaban algunos años para sorprender al mundo con sus futuras hazañas, pero ya había tomado la decisión de convertirse en explorador.
El destino quedó marcado pronto, cuando con 18 años escuchó una conferencia del gran héroe nacional Fridtjof Nansen, quien había atravesado por primera vez Groenlandia y se había quedado a sólo 350 kilómetros de alcanzar el polo Norte, más cerca que ningún hombre hasta el momento.
Aquella conferencia impactó al joven Roald Amundsen tanto que juró conquistar el polo Norte. Para ello se dedicó en cuerpo y alma durante cada segundo de su vida. Así fue como pasó de las lecturas juveniles y de caminar por los terrenos de la imaginación pasó a enrolarse en barcos para experimentar la navegación polar.
Las primeras expediciones polares
Primero fueron expediciones como la del ballenero Bélgica, en la Antártida, dirigida por Adrian de Gerlache, a quien Amundsen ofreció sus servicios de forma desinteresada, a cambio de tener la oportunidad de navegar entre los hielos polares. La expedición salió el verano de 1897 y el joven aventurero no dejó de fijarse en todos los aspectos, llevando un detallado diario con anotaciones técnicas.
Aquel barco quedó atrapado en la larga noche antártica, lo cual llevó a casi toda la tripulación a la desesperación. Sólo dos miembros mantuvieron el ánimo: Cook y Amundsen, que fascinados por la exploración polar se mantuvieron activos, estudiando soluciones y detalles de planificación. Pasaron trece meses encerrados entre hielos, pero para Amundsen fue la mejor experiencia posible. Todo lo que aprendió le sirvió en el futuro.
A la vuelta, Amundsen se animó a preparar su propia expedición. Nada le podía detener, ni siquiera un puñado de acreedores. Así que el 16 de junio de 1903, el pequeño velero Gjoa zarpó con nocturnidad y alevosía del puerto, bajo una espesa lluvia. “Estábamos a salvo en mar abierto”, anotaría en su diario. Llegó a los límites de lo desconocido y, de nuevo, quedó inmovilizado entre los hielos por cerca de dos años, hasta mediados del verano de 1905, cuando logró levar anclas para seguir la ruta.
Lo que comenzó mal acabó siendo un éxito: Amundsen descubrió el paso del Noroeste, algo que en tres siglos de expediciones no se había logrado. El 31 de agosto de 1906, tres años y dos meses después de partir a escondidas, la pequeña expedición llegó a Nome. El recibimiento por parte de los habitantes fue apoteósico. Amundsen sonreía desde la proa del velero: había cumplido el sueño de convertirse en un explorador polar famoso.
No será el primero en llegar al polo Norte
Pero como todos los hombres que tienen marcado su destino desde pronto, Amundsen no se sentía satisfecho. Aún faltaba algo. Quedaba alcanzar el polo Norte, y para eso necesitaba el Fram, el mítico barco que usó en su día su héroe de juventud, Fridtjof Nansen. La posibilidad parecía remota porque, a su vez, Nansen estaba pensando en utilizar el navío para también cumplir él con su sueño de alcanzar el polo Norte. Sin embargo, el antiguo explorador supo hacerse a un lado, comprendiendo que tal vez su tiempo ya había pasado y que ahora le tocaba a otro tratar de alcanzar una de las zonas más inaccesibles del planeta.
Por fin, en noviembre de 1908, pudo anunciar su proyecto más deseado: iría al polo Norte. En ese momento, precisamente, Shackleton avanzaba hasta un punto diametralmente opuesto, el Polo Sur, aunque finalmente, no lo alcanzaría. Fue más fácil lograr el Fram que la financiación necesaria para la expedición, así que Amundsen, un hombre habituado a los espacios salvajes, se vio visitando los salones más importantes de Europa en una larga gira de conferencias con el fin de lograr los fondos necesarios.
Pero a veces, la simple voluntad no es suficiente para alcanzar los sueños: su colega, el Dr. Cook, con quien se enroló en la expedición del Bélgica, alcanzó el polo Norte. Al menos, las portadas de los principales diarios internacionales así lo reflejaban porque, en realidad, el americano no había hecho público sus planes. Amundsen le envió un telegrama de felicitación, pero su sueño de ser el primero en pisar el polo Norte se había desvanecido.
Si no es el polo Norte, será el Sur
En el mapa solo quedaba una gran incógnita más por resolver, el polo Sur. Ningún biógrafo tiene claro cuando cambió de planes, porque Amundsen guardó secreto en sus memorias, pero estaba claro que necesitaba un triunfo espectacular, y ser el segundo no servía. El propio Dr. Cook se lo dijo claro: “¿Por qué no intentas el Polo Sur?”. Así que Amundsen comenzó a llevar los preparativos de la expedición ocultando el nuevo destino.
Durante todo un largo año guardó el secreto junto a su hermano Leo. Cuidaron las apariencias como si fueran a viajar al polo Norte, cuando en realidad lo que estaban preparando era conquistar el polo Sur. Los británicos, liderados por Scott también se disponían a ir hacia allí: la carrera más apasionante del siglo XX estaba por comenzar con muy distinta suerte para los dos grupos.
Fue en la isla de Madeira donde Amundsen reveló la verdad a su tripulación. Hasta llegar a la isla, estaban siguiendo los planes tal como los habían hecho públicos. Ahora, si sus hombres daban el consentimiento, el Fram se borraría del mapa y ya nadie podría detenerlos hasta alcanzar los mares helados de la Antártida. Afortunadamente, los hombres de la tripulación sonrieron cómplices y todos dijeron que sí. Al fin, la aventura sería el polo Sur.
Al encuentro del destino
“¡A ese ritmo, llegarás en Navidad!”, le gritaron entre bromas sus compañeros desde el Farm. Durante los seis meses de travesía, los perros se habían acostumbrado a no hacer nada y ahora, ya en la Antártida, la idea de tirar de un trineo cargado hasta los topes no les atraía nada, así que se tumbaron indiferentes al látigo de Amundsen.
A pesar de la anécdota, el desembarco en la Bahía de las Ballenas prosiguió, y el 18 de enero de 1911, cuando los ingleses liderados por Scott terminaban de levantar la base desde la que emprender su ruta hacia el polo Sur, Amundsen y los noruegos comenzaban a preparar la suya.
Ambas expediciones encaraban la ruta más larga y peligrosa de todas las posibles. Era un día gris, cubierto de una densa niebla, pero los trineos comenzaron a correr empujados por los perros. Delante, una superficie desconocida, monótona hasta parecer infinita. A la fuerza, mortal.
La doble cara del destino
Todas las decisiones tomadas por Amundsen fueron acertadas, desde escoger el punto de inicio de la gran ruta, la construcción de la base invernal, hasta la elección de los perros que tirarían de los trineos, los esquíes, adoptar la ropa de esquimales y el cálculo exacto de las provisiones... además, el tiempo, al cabo de los primeros días, comenzó a mejorar. Sin duda, todo ello hizo que, a pesar de comenzar más tarde, pronto la expedición noruega superó a la británica al establecer los diversos depósitos de provisiones que serían clave en la carrera por el asalto final al polo Sur. Al año siguiente, tras pasar los largos meses de la noche polar, llegaría la hora de la verdad.
Scott y sus hombres estaban por emprender el peor viaje del mundo. Una trágica combinación de desafortunadas decisiones y la mala suerte les condujo a la muerte, mientras que Amundsen y los noruegos se llevaron la gloria al alcanzar el polo Sur, el 14 de diciembre de 1911.
El miércoles 17 de enero, Scott dejó escrito en su diario la terrible frustración que sintieron al alcanzar la meta tras tantas penurias y descubrir que los noruegos se les habían adelantado por cerca de un mes: “¡Dios santo! Es un lugar espantos, y más para nosotros que hemos sufrido horrores para llegar hasta aquí sin obtener la recompensa de ser los primeros”. No podía imaginar en ese momento que lo peor estaba por llegar: él y sus hombres morirían al poco, atrapados en el desierto helado.
Por paradójico que parezca, ninguno de los dos logró alcanzar su sueño. Amundsen no dejó que el éxito le emborrachara y escribió con una lucidez asombrosa cuando se trata de analizarse a uno mismo que: “Seguramente nunca un hombre se ha enfrentado, como me pasaba a mí, al hecho de haber alcanzado algo diametralmente opuesto a aquello con lo que ha soñado. Las regiones del polo Norte -sí, el mismísimo polo Norte- me habían atraído desde mi juventud, y heme aquí, en el Polo Sur, ¿Cabe imaginar mayor despropósito?”.
Ahora sí, el polo Norte, pero en avión
Una vida como la de Amundsen dedicada por entero a la exploración no podía acabar con este capítulo, por muy triunfal que fuese. Así que en 1918 se lanzó a una nueva aventura con un nuevo barco, el Maud. Desafortunadamente, los siete años que dedicó al proyecto fueron un completo fracaso que casi acaba con la exitosa carrera del explorador. Sacó una conclusión clara de todo aquello: la época dorada de las expediciones en barco y trineos se había acabado; tal vez tocaba ir al polo Norte de otra forma.
Ya durante su gira por Europa después de conquistar el polo Sur se interesó por los aeroplanos, pero no fue hasta los años veinte, cuando la industria comenzó a construir mejores máquinas que se atrevió a imaginar el nuevo desafío: por fin llegaría al polo Norte, pero lo haría por el aire.
Mayo de 1925 fue la fecha escogida. Tras unas ocho horas de vuelo, los dos hidroaviones que formaban la expedición se vieron obligados a dar media vuelta, a tan solo 250 kilómetros de la meta. Ambos aviones comenzaron a dar problemas técnicos, y Amundsen aplicó algo que le escuchó decir hacía años a su héroe de juventud: “El polo no vale una vida”.
Aún así no se dio por vencido y tras sanear las maltrechas finanzas por el fracaso de la expedición anterior, logró prepararlo todo para, el 12 de mayo de 1926, poder llegar por fin al polo Norte; aunque esta vez, lo hizo acompañado por el ingeniero italiano Nobile y en un dirigible. Amundsen se convertía así en el primer hombre en estar sobre los dos polos de la Tierra. Nadie podía presumir de tanto palmarés como él. Ahora sí, tocaba parar y tomarse un merecido descanso.
La última aventura de Amundsen
Pero hay algo en el tipo de personas al que pertenecía Amundsen que hace que nunca logren estar contentos y sientan cada poco la tentación de volver a partir, de ponerlo todo en juego una vez más. Tiempo después de su última aventura, cuando parecía que Amundsen dejaba atrás los desafíos, llegó la noticia: Nobile, con quien había volado en el dirigible y con quien se había aireado una triste disputa entre ambos en las portadas de todos los periódicos internacionales, había sufrido una avería y había realizado un aterrizaje de emergencia en algún lugar del polo Norte. Su vida y la de sus compañeros estaban en peligro.
La última vez que se vio con vida a Amundsen fue el 18 de junio de 1928, cuando despegó con mal tiempo. A las tres horas de vuelo, se perdió el contacto por radio y se le dio por desaparecido el avión
Amundsen no se lo pensó dos veces. A pesar del enfrentamiento público entre ambos, aceptó ponerse a los mandos de un avión que el gobierno francés puso a disposición del equipo de rescate. La última vez que se vio con vida a Amundsen fue el 18 de junio de 1928, cuando despegó con mal tiempo. A las tres horas de vuelo, se perdió el contacto por radio y se le dio por desaparecido el avión. Pocos días antes del suceso, el noruego confesó en una entrevista algo parecido a un epitafio: “Sólo deseo que la muerte me llegue de una forma digna, mientras cumpla una gran misión, rápidamente y sin dolor".
via http://bit.ly/JKJLOL http://bit.ly/2FstFh5
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