Quizá los ingenieros de los Borbones, al estrenar en 1850 la carretera costera conocida como «amalfitana», no fueran conscientes de haber construido una maravilla de ruta. Fueron 18 años de duro trabajo excavando en la roca viva y siguiendo los caprichos de un litoral abrupto y sinuoso. Hoy, esta carretera que parece un vals y que muchos denominan la «cinta azul», es la Estatal 163 amalfitana. Sus 50 km escasos permiten descubrir los pintorescos pueblos de esta costa, desde Vietri sul Mare hasta Positano, meciéndonos en un viaje donde la naturaleza, la historia, la gastronomía y un nostálgico glamur se dan la mano.
La carretera «amalfitana» enlaza los pintorescos pueblos de esta costa italiana, situado al sur de Nápoles.
Resulta recomendable realizar esta ruta en primavera o en otoño para poder gozar así de la escapada sin el estrés del tráfico estival. Una alternativa al coche es moverse en transporte público (autobús o tren), o también, si el clima y las ganas lo permiten, alquilar una moto para viajar con mayor libertad.
Aldeas marineras
Nuestro itinerario de este a oeste por la Costa Amalfitana comienza en Vietri sul Mare, a 3 km de Salerno. Este pueblo marinero, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es famoso por sus riggiole (azulejos) azules, amarillas y turquesas que, desde hace siglos, decoran calles e iglesias, mientras las vasijas de barro esmaltado se pueden encontrar en las tiendas y en los restaurantes.
A unos 6 km se halla Cétara. Se trata de un lugar muy popular por sus tabernas de pescado fresco y por la colatura di alici, una salsa de anchoas en salazón prensadas en orzas, herencia del garum romano. Junto con el cuòppo (cucurucho de pescado frito), los espaguetis con colatura di alici son los platos más típicos de esta localidad marinera.
La «amalfitana» a veces discurre a pocos metros del mar y otras se encarama por las laderas, como cuando linda con el pueblo agrícola de Erchie. Al oeste, pasado el asentamiento rupestre (siglo x) de Santa Maria d’ Olearia, aparecen Maiori y Minori (Reghinna Maior y Reghinna Minor en la época romana), separadas por 1 km escaso y unidas por diversos senderos.
En Minori se puede visitar el Museo Antiquarium, que recoge el pasado romano de estas localidades. Es recomendable, además, degustar la tarta de requesón y peras –aseguran que allí la inventaron–, la tarta Delicia y el universal limoncello, elaborados con el limón sfusato (alargado) amalfitano. Por su lado, en Maiori, donde presumen de tener la playa más larga de esta costa, se puede pasear hasta el castillo medieval de Thoro Plano y la colegiata de Santa Maria a Mar.
El limoncello es la bebida más típica de esta costa
Precisamente en Maiori nace el desvío a Tramonti, un municipio esparcido por los montes Lattari.
De nuevo junto al mar comienza el que dicen es el tramo más bello de la Costa Amalfitana. Aquí nos recibe Atrani, aldea pesquera donde predominan los callejones cubiertos, las scalinatelle (escaleritas) y los patios ocultos y llenos de flores.
Ravello, en el golfo de Salerno
Tras 8 km de curvas se llega a Ravello, con el mirador más famoso de este litoral, que mira al golfo de Salerno. Pueblo elegante y retiro de intelectuales y artistas, Ravello cuenta con dos villas de estilo ecléctico y preciosos jardines. La Villa Rúfolo, del siglo XIII, donde el compositor alemán Richard Wagner ambientó su Parsifal, y la Villa Cimbrone, con la llamada «Terraza del Infinito», para muchos el panorama más romántico de Italia. En contraste, el municipio hospeda desde 2010 el auditorio del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, que le han valido a Ravello el sobrenombre de «ciudad de la música».
La Costa Amalfitana está llena de villas y miradores desde los que contemplar el horizonte
Llegamos a Amalfi, la ciudad que da nombre a esta costa y un enclave de pasado rico y opulento. Se comprueba al ver la fachada policromada del Duomo (siglo XIII), que guarda un deslumbrante interior y el delicado claustro del Paraíso. Salpicada de terrazas y restaurantes, es una delicia recorrer la calle de los Mercantes, memoria viva de la próspera República Marinera de Amalfi de los siglos X al XV.
La navegación debe mucho a esta localidad, ya que aquí se crearon las Tablas Amalfitanas, el primer código de derecho marítimo de la Edad Media, gracias al cual los amalfitanos acabaron con el monopolio árabe del comercio mediterráneo. La visita al Museo del Papel, en el llamado Valle de los Molinos, desvela los secretos de la Charta Bambagina, un tipo de papel hecho con algodón, lino y cáñamo blancos, aún requerido por artistas de todo el mundo.
Una sorpresa de la naturaleza nos espera en Conca dei Marini, una diminuta aldea encajada entre acantilados. En su litoral se esconde la Grotta dello Smeraldo, una maravilla geológica descubierta en 1932. Este inmenso espacio inundado sembrado de estalagtitas y estalagmitas está bañado por una luz verde esmeralda procedente de la luz del sol que se filtra a través de una entrada submarina.Otro atractivo natural cercano es la cala Furore, dos paredes entre las que se encajan una anhelada cala de 25 m escasos y un puñado de monazzeni (casas de pescadores).
Después de Praiano y la playa de Gavitella, donde dicen se puede ver el mejor atardecer de esta costa, aparece Positano, hoy un balneario de élite y uno de los pueblos más bonitos por sus casas dispuestas de forma escalonada. Los lilas de las buganvillas y el amarillo de los limones irrumpen en los callejones encalados y en los recónditos jardines. Allí, mientras se pasea, vienen a la mente las palabras del nobel americano John Steinbeck (1902-1968) quien, en 1953, definió Positano como «un lugar que no es real mientras estás allí, pero que sí lo es en cuanto te vas».
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