A medida que el ferry avanza el relieve montañoso de las islas aflora como un muro de piedra erguido en medio de las turbulentas aguas del mar del Norte. El transbordador zarpó de la población noruega de Bodø y se dirige a Moskenes, pequeño pero activo puerto de este archipiélago de unas 2.000 islas, islotes y peñascos, la mayoría deshabitados, que surgen en paralelo a la costa norte de Noruega. Situadas a unos 150 km sobre el Círculo Polar Ártico, más al norte que la mayor parte de Siberia, o que el estrecho de Bering, en Alaska, las Lofoten están bañadas por la corriente cálida que sube del golfo de México, que templa las aguas y el clima.
Conforme el barco se acerca, comienzan a divisarse pinceladas de vida que salpican la abrupta desnudez de las montañas. Aquí y allá aparecen cabañas de vivos colores y pueblos de pescadores acurrucados entre acantilados de vértigo. Al llegar a puerto, aquellas lejanas rocas de cimas heladas se convierten en un hervidero de vida, ya que las Lofoten acogen a la mayor flota pesquera artesanal de bacalao del mundo, que tiene su máxima actividad durante el frío y oscuro invierno, y que en los meses estivales convive con una incipiente actividad turística.
El puerto de Moskenes, en la más meridional de las cuatro islas principales, es un buen punto para iniciar el recorrido. Muy cerca se emplaza Å, población de curioso nombre (es la última letra del alfabeto noruego) que marca el final, o el principio, de la Carretera del Rey (E-10), una espléndida ruta panorámica que recorre el archipiélago. Esta vía atraviesa las islas gracias a una sucesión de puentes y túneles, hilvanando bahías solitarias, fiordos que caen en picado y bellos pueblos de pescadores. En coche, en autobús o en bicicleta –el verano y el escaso tráfico son ideales para pedalear– se puede llegar hasta Svolvær, la capital oficiosa de archipiélago. Situada 130 km al norte de Å, acoge el principal aeropuerto y una de las paradas del Hurtigruten, la línea marítima regular que recorre diariamente el litoral noruego desde Bergen hasta Kirkenes, más allá del Cabo Norte.
Nada más poner el pie en la carretera rumbo al norte, salen al encuentro hermosos lagos que reflejan cumbres agrestes y pequeños pueblos pesqueros. Uno de ellos es Reine, con casas y calles dispersas entre un rosario de islitas que emergen al pie de los fiordos. En la villa Ramberg, en la isla de Flakstadøy, se puede pasear por playas de arena fina rodeadas de montañas y visitar su iglesia del siglo xvii, de madera y con un campanario de bulbo puntiagudo.
La cultura pesquera como parte del paisaje
Dispersos en lo alto de un montículo o en pleno centro de una población surgen los tendederos para secar el bacalao recién capturado. Estos andamiajes de madera donde se cuelga el pescado durante los meses cálidos representa la fisonomía de las Lofoten desde hace siglos, y no parece que esto vaya a cambiar. Otro elemento que también desafía el paso del tiempo son las cabañas de pescadores o rorbu, sencillos refugios pintados de rojo donde los pescadores pasaban las noches durante la temporada de faena, y que se han ido reconvirtiendo en hospedajes para turistas.
El secreto que se esconde detrás de esta ancestral cultura pesquera es el skrei, el bacalao del Ártico, muy apreciado en la alta cocina internacional. El skrei, que literalmente significa "nómada", migra cada año desde las heladas aguas del mar de Barents a las Lofoten. Esta larga travesía hace que los peces desarrollen una complexión poderosa, que en gastronomía se traduce en una carne de textura firme y jugosa. Considerado como el mejor bacalao del mundo, es la principal fuente de subsistencia de las islas desde tiempos inmemoriales, y cada mes de enero la llegada de grandes bancos de peces es todo un acontecimiento social.
Serpenteando entre roquedos que se precipitan al mar, el espectáculo de las Lofoten continúa hacia el norte. Un túnel de casi dos kilómetros conecta las islas de Flakstadøy y Vestvågøy, y aparecen pueblos de atmósfera marinera
como Kabelvåg, repleto de construcciones tradicionales y presidido por una imponente iglesia de madera.
Austvågøy es la isla que concentra mayor población y servicios, además de la ciudad más importante del archipiélago, Svolvær, en realidad una villa de 4.500 habitantes diseminada entre islotes y montes. Una dentellada en el litoral de esta isla forma el Trollfjorden, un estrecho fiordo de 2 km de largo y paredes acantiladas que se ponen casi al alcance de la mano. En verano, los barcos del Hurtigruten se adentran en el fiordo si el tiempo lo permite, a pesar de su estrecha entrada y de que parece imposible dar la vuelta al barco al final del fiordo.
La Carretera del Rey cruza el canal de Raftsundet para acceder al archipiélago de las Vesterålen, al norte de las Lofoten; o bien para adentrarse en tierra firme y, a través de un litoral escarpado y un vasto paisaje, llegar hasta el Cabo Norte, mítico para muchos viajeros que recorren Escandinavia.
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