viernes, 21 de mayo de 2021

Viajes. El árbol del fin del mundo

En una colina no lejos del extremo austral de América del Sur, sobre el traicionero remolino de espuma batida donde el océno Pacífico se encuentra con el Atlántico, hay siete árboles.

No imponen mucho; son poco más que una maraña de ramas nudosas y corteza plateada oculta entre juncos. Algunos están muertos. Y ninguno me llega más arriba del muslo. Los que siguen vivos recorren varios metros sobre el suelo entre giros y contorsiones, como soldados que se arrastran por el barro del campo de batalla. Los feroces vientos han forzado a los troncos a crecer en horizontal.

Se diría que tan raquíticos especímenes no compensan el esfuerzo ímprobo que nos ha supuesto localizarlos. Hemos sobrevolado océanos, cabeceado 32 horas a bordo de un transbordador y sumado otras 10 horas de navegación en un barco de alquiler de madera capitaneado por un marino que a media singladura reconoció no haber surcado jamás aquel mar mortífero. Todo eso solo para llegar a nuestro destino: la isla de Hornos, donde se encuentra el cabo homónimo, el confín de la Tierra del Fuego. Y aún nos estaba reservado caminar contra vientos que nos derribaban, resbalar sobre guano de pingüino y hundirnos hasta las axilas en matorrales de berberís.

Los expertos en ecología forestal Brian Buma (a la izquierda) y Andrés Holz otean los salientes herbosos del cabo de Hornos, el último punto de América del Sur donde podría crecer un árbol.

Los expertos en ecología forestal Brian Buma (a la izquierda) y Andrés Holz otean los salientes herbosos del cabo de Hornos, el último punto de América del Sur donde podría crecer un árbol.

Foto: Ian Teh

Estamos aquí para trazar una demarcación que la ciencia todavía tiene pendiente. Vamos en busca del árbol más austral de la Tierra.

«Pues ya está», dice Brian Buma, ecólogo forestal de la Universidad de Colorado en Denver. Va enfundado de la cabeza a los pies en prendas impermeables de color negro y naranja. Con cada pie afianzado en un montículo, vuelve a consultar la brújula y murmura: «Genial».

Pocas realidades hay en el mundo natural que puedan considerarse el auténtico límite, el último de su género, el confín, me dice. Saca una cinta métrica de la mochila y mide un tronco que crece en horizontal varios centímetros más al sur que el resto. «Deberíamos saber dónde están estas cosas, pienso yo», sentencia.

En el siglo XXI podría parecer que ya no quedan lugares que no hayamos explorado hasta el último centímetro. Nos hacemos selfis en la montaña más alta del mundo, pilotamos submarinos hasta la fosa más profunda del océano, exploramos los desiertos más áridos del planeta. Pero aún no hemos identificado –al menos no correctamente– las últimas arboledas de los confines boreales y australes.

Solo que ahora los bosques están avanzando. A medida que se calienta el clima, el límite de la vegetación arbórea se desplaza a cotas más elevadas, al tiempo que las especies forestales amplían sus áreas de distribución hacia latitudes más altas.
Y el desplazamiento de los árboles se traduce en la transformación de los ecosistemas. En Alaska, la mayor duración del período vegetativo permite a los sauces alcanzar tal altura que ya despuntan sobre la nieve invernal. Esto ha atraído a alces y liebres hasta el mismo océano Ártico. El Ártico y partes de la Antártida están entre las regiones de la Tierra que se calientan a mayor velocidad.

Tras una jornada de pesca, los pingüinos magallánicos corretean por la pedregosa costa de la isla en dirección a sus colonias. Cuando los investigadores se abrían paso entre la espesura de la vegetación, a veces resbalaban en el guano dejado por los pingüinos al subir por las mismas trochas fangosas.

Tras una jornada de pesca, los pingüinos magallánicos corretean por la pedregosa costa de la isla en dirección a sus colonias. Cuando los investigadores se abrían paso entre la espesura de la vegetación, a veces resbalaban en el guano dejado por los pingüinos al subir por las mismas trochas fangosas.

Foto: Ian Teh

Pero casi todo lo que sabemos sobre estos importantes cambios ecológicos procede de investigaciones llevadas a cabo al norte del ecuador. El hemisferio Sur, apunta Buma, es el gran olvidado.

Hojeando viejos libros de botánica y diarios de exploradores, vio una oportunidad: los textos contenían una desconcertante retahíla de supuestas ubicaciones de los árboles más meridionales. Si lograba localizar el que crecía más al sur, podría convertirlo en el foco de un laboratorio vivo que los científicos podrían visitar durante años. Podrían monitorizar la temperatura del suelo y el crecimiento de los árboles, y estudiar la fauna de un ecosistema en el límite. Y con el tiempo podrían determinar si aquel límite se desplazaba.

Pero el primer paso sería encontrar el árbol en cuestión. Y encontrar algo en el archipiélago que hizo retroceder a Charles Darwin y a punto estuvo de hacer desistir al capitán Bligh no sería un paseo. Simplemente acercarse al lugar costaría lo suyo.

En la costa oriental de la isla, Buma, jefe de la expedición, se asoma a una antigua capilla para comprobar cómo están los miembros del equipo que se han refugiado en ella de una de las tormentas que regularmente azotan el cabo.

En la costa oriental de la isla, Buma, jefe de la expedición, se asoma a una antigua capilla para comprobar cómo están los miembros del equipo que se han refugiado en ella de una de las tormentas que regularmente azotan el cabo.

Foto: Ian Teh

A Buma le gusta la ciencia que mezcla misterios y adrenalina, a ser posible en bosques de difícil acceso y en condiciones muy complicadas. En una ocasión, estando en el Parque Nacional de Glacier Bay, en Alaska, surcó en kayak las aguas gélidas de los fiordos bajo un aguacero inclemente y se abrió paso centímetro a centímetro entre arbustos tan altos como él plagados de osos pardos, y todo para localizar unas minúsculas parcelas de investigación demarcadas en 1916 por un botánico llamado William Skinner Cooper. Engullidas por la vegetación, aquellas parcelas habían caído en el olvido científico hasta que él sacó de un archivo polvoriento los mapas que Cooper había dibujado a mano. Hoy constituyen un registro de un siglo de duración que documenta cómo la vegetación se apodera del suelo expuesto por el retroceso de los glaciares.

Buma relata esa aventura desde un asiento del transbordador de carga Yaghan. Junto con el fotógrafo Ian Teh y una colección de camionetas y somieres viejos, navegamos por el estrecho de Magallanes bajo el cielo plomizo de una tarde de enero. En el exterior, glaciares de color azul cielo se deslizan sobre los flancos de los Andes australes. Los peñascos de la costa son un hervidero de pingüinos de macarrones. Estamos en pleno viaje de día y medio de duración entre las ciudades chilenas de Punta Arenas y Puerto Williams, la ciudad más austral de América del Sur, donde nos espera una embarcación más pequeña.

Buma está eufórico: es un detective dispuesto a desentrañar un nuevo misterio. Con su beca de National Geographic Society, él y el ecólogo chileno Ricardo Rozzi han reunido un equipo deseoso de estudiar el bosque terminal austral. Un investigador intentará obtener grabaciones de murciélagos. Otros dos treparán a los árboles para estudiar el dosel. Un arqueólogo planea buscar vestigios de remotos asentamientos humanos. Y un reducido equipo ayudará a Buma a localizar su árbol.

Abre un cuaderno de campo por un dibujo de nuestro destino. A la luz del crepúsculo austral, parece el mapa del tesoro de un pirata. Me confiesa que llegó a plantearse emprender la búsqueda del árbol más boreal del planeta –que con toda probabilidad será un alerce de la Siberia central–, pero lo descartó por tratarse de una región demasiado vasta.

El equipo conoció a los únicos habitantes permanentes de la isla de Hornos, el suboficial de la Armada de Chile Andrés Morales y su familia. El marino estaba destacado durante un año para atender el faro que domina el paso de Drake y proporcionar partes meteorológicos a los barcos que lo recorren.

El equipo conoció a los únicos habitantes permanentes de la isla de Hornos, el suboficial de la Armada de Chile Andrés Morales y su familia. El marino estaba destacado durante un año para atender el faro que domina el paso de Drake y proporcionar partes meteorológicos a los barcos que lo recorren.

Foto: Ian Teh

En el hemisferio sur hay mucha menos tierra firme. Hace decenas de millones de años, durante el Eoceno, cuando el planeta era más cálido que en la actualidad, la Antártida estuvo poblada de bosques. Hoy no hay ni un solo árbol en ella. El océano que la rodea está salpicado de islas, y en algunas de ellas brotan juncos, hierbas y pastos, pero tampoco hay ni un árbol. Estas islas se han estudiado constantemente desde que en 1755 James Cook declaró desarbolada la isla Georgia del Sur.

Buscando en internet, Buma encontró supuestas localizaciones del árbol que buscaba dispersas por todas partes. Un sitio web sugería que el árbol más austral estaba en la isla Navarino, donde se encuentra Puerto Williams, como mínimo 70 kilómetros al norte del cabo de Hornos. Otro lo situaba en la isla Hoste, 55 kilómetros al noroeste del cabo. Un artículo de la década de 1840, basado en una comunicación del botánico Joseph Dalton Hooker, quien navegó en el H.M.S. Erebus y el H.M.S. Terror, concluía: «Isla Hermite puede considerarse el punto más austral del planeta en el que se hallará un modo de vegetación arborescente».

Pero Hooker no llegó a visitar la isla que hay más al sur de Hermite: la isla de Hornos. En el momento de nuestro viaje, Wikipedia la describía como «totalmente desarbolada». ¿Por qué iba a haber árboles en Hermite pero no en Hornos, si solo las separaban 15 kilómetros?, se preguntaba Buma.

Cuando compartió su idea con Rozzi, el chileno, entusiasmado, contestó: «Pero bueno, si ahí he estado yo y sí que hay árboles», recuerda Buma.

En Puerto Williams, donde Rozzi supervisa una estación de investigación operada por la Universidad de Magallanes, cargamos los pertrechos en el Oveja Negra. El crucero de 20 metros está pilotado por el frenético Ezio Firmani, primo de Rozzi y excocinero. Pronto navegamos rumbo sur por el canal de Beagle, así llamado por el barco en el que viajó Darwin. El capitán no cabe en sí de ilusión:
«¡Es la primera vez que voy a doblar el cabo!», exclama. Me va a dar un vuelco el corazón.

Iván Díaz, investigador del dosel arbóreo, trepa a unos coigües de Magallanes. Al amparo de una ladera que las protege del viento, estas hayas han alcanzado una altura inusual para la isla de Hornos, donde la mayoría de los árboles no son mucho más altos que el propio Díaz.

Iván Díaz, investigador del dosel arbóreo, trepa a unos coigües de Magallanes. Al amparo de una ladera que las protege del viento, estas hayas han alcanzado una altura inusual para la isla de Hornos, donde la mayoría de los árboles no son mucho más altos que el propio Díaz.

Foto: Ian Teh

El cabo de Hornos es una proa descomunal, un promontorio que cae a pico 400 metros hasta el mar desde el flanco más austral de la isla homónima. Al sur se abre una franja de mar que circunda el planeta sin interrupción. Los despiadados vientos del oeste forman en la superficie marina unas olas gigantescas que al golpear la somera plataforma continental convierten el mar en uno de los más peligrosos del planeta. De vez en cuando se adentra un iceberg en sus agitadas aguas.

Muchos navegantes han muerto a lo largo de los siglos intentando «doblar el cabo de Hornos», sobre todo en dirección este-oeste, en contra del viento. En 1788, antes del motín que pasaría a la historia, el capitán del H.M.S. Bounty, William Bligh, trató por todos los medios de completar la maniobra durante un mes. Fue en vano. En 1832 unas «grandes nubes negras» desataron una «violencia extrema» que cortó el paso a Darwin.

De camino al cabo, Buma abre su cuaderno por un boceto del promontorio. En él se halla la posible ubicación del árbol más austral, en un saliente a cientos de metros de altura. Por eso Buma se ha traído material de escalada y a John Harley, un experimentado alpinista que sabrá guiarnos hasta él si es necesario. «Puede ser divertido», dice Buma. Yo no lo tengo tan claro.

A diez horas de Puerto Williams, el cielo se oscurece y rompe a llover. El capitán está nervioso. Se avecina una borrasca, pero por fin hemos dejado atrás el flanco oriental de la isla de Hornos. Mientras Firmani medita si conviene cobijarse en una bahía abrigada, Buma nos insta a prepararnos. Como no bajemos a tierra ya, nos arriesgamos a no poder desembarcar en varios días.

Una hora más tarde, subimos a unas pequeñas lanchas neumáticas a motor que nos acercan a una playa situada al pie de un risco. No estamos en terra incognita: tras subir 160 escalones improvisados, llegamos a un corto malecón que conduce a una antigua capilla y a un faro atendido por un suboficial de la Armada chilena que vive en él con su familia. Unos pasos más allá hay un albatros de metal, un monumento erigido en recuerdo de los fallecidos en el mar. Unos pocos meses al año, en las mañanas despejadas, los pasajeros de los cruceros desembarcan para visitar el lugar. La mayoría regresa en menos de una hora. Y ninguno se adentra en la zona a la que nos dirigimos. El Estado chileno prohíbe el paso a la mayor parte de la isla. Aparte de unos pocos y selectos equipos de investigación, casi nadie se ha aventurado en medio siglo más allá de esta franja empapada.

La isla de Hornos, de unos 25 kilómetros cuadrados, recuerda ligeramente la forma de un escarabajo. Una cresta prominente la recorre de norte a sur y remata en una bahía con forma de herradura. El brazo occidental de la herradura se eleva hasta la cima del cantil del cabo. El otro se curva hacia el este, hasta llegar al faro. A media tarde subimos por ese flanco oriental, siguiendo una serpenteante ruta de cinco kilómetros en dirección oeste.

Al principio la caminata es fácil. Pero a medida que el terreno se eleva, la hierba da paso a altos arbustos sarmentosos y espinosos de tchelia y chaura. Las densas ramas son poco menos que impenetrables. De modo que decidimos caminar sobre ellas. Con suma cautela, vamos pasando de maraña en maraña, pisando cada vez a más altura para que las ramas no nos golpeen la cara al romperse. Recorro así unos cientos de metros sin que mis botas toquen el suelo ni un momento. De vez en cuando se me hunde un pie hasta la espinilla entre las céreas hojas. En más de una ocasión me sumerjo casi hasta la cintura.

Al final de la tarde, los vientos que a poca distancia de la costa generan un oleaje letal obligaban a los miembros del equipo a refugiarse para cenar al abrigo de arbustos y bosquecillos enanos.

Al final de la tarde, los vientos que a poca distancia de la costa generan un oleaje letal obligaban a los miembros del equipo a refugiarse para cenar al abrigo de arbustos y bosquecillos enanos.

Foto: Ian Teh

Llegamos a una meseta castigada por el viento, que arranca a mi chaqueta un rugido de motor al hacer vibrar el tejido. Tenemos que hablarnos a gritos. Ian Teh, el fotógrafo, acaba en el suelo. Hemos tardado una hora en avanzar menos de un kilómetro y medio.

Al emprender el descenso por el lado oeste, pisamos aún más arriba sobre los arbustos. Al final acabamos posando los pies con todo el cuidado por encima mismo del berberís. No está claro si el suelo queda uno o cinco metros más abajo. Con un estruendo me hundo hasta el cuello y tengo que esperar a que Teh me ayude a salir.

A nivel del mar el matorral ralea lo suficiente para que podamos vislumbrar unas zanjas angostas, de algo más de medio metro de hondo, llenas de lo que suponemos es barro. Entonces oímos un grito y alguien exclama: «¡Pingüinos!». Los pingüinos magallánicos han hecho un túnel por debajo de los matorrales y corren bajo nuestros pies hacia sus colonias por canales manchados de guano.

Por fin llegamos a un amplio prado. Mientras montamos el campamento, veo a Buma con la mirada puesta sobre una ladera apenas visible al oeste, hacia unas copas que se ramifican sobre una corteza plateada: el bosque más austral del planeta.

LO QUE BUSCABAN. El árbol más austral del mundo se localizó en la isla de Hornos, cerca del cabo homónimo. Formaba parte de un grupo de siete árboles que crecían en una ladera que ofrecía cierto abrigo frente a los inclementes vientos.

LO QUE BUSCABAN. El árbol más austral del mundo se localizó en la isla de Hornos, cerca del cabo homónimo. Formaba parte de un grupo de siete árboles que crecían en una ladera que ofrecía cierto abrigo frente a los inclementes vientos.

Mapa: Soren Walljasper, NGM. Fuente: Brian Buma, Universidad de Colorado en Denver

Durante los 10 días siguientes, los científicos abandonan cada mañana nuestras tiendas de campaña y se dispersan. Un investigador de Texas busca insectos en unos arroyos mínimos. Un ornitólogo chileno usa unas mallas finas para atrapar yales y agachadizas. Buma, Harley y Andrés Holz, un ecólogo forestal de origen chileno que trabaja en la Universidad Estatal de Portland, recorren ciénagas mullidas y plantas en cojín en busca de árboles.

No es tan fácil como pudiera parecer. Carecemos de una definición científica de árbol ampliamente aceptada. Una web del Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos, por ejemplo, dice que los árboles suelen tener un mínimo de seis metros de altura. Pero eso excluye muchas variedades –algunos magnolios y enebros, por ejemplo– que la mayoría de la gente considera árboles. El equipo de Buma maneja una definición más intuitiva: un árbol es una planta perenne con un único tronco leñoso y escasas o nulas ramas bajas, mientras que los arbustos presentan múltiples troncos y ramas bajas.

En la isla de Hornos los investigadores identifican tres especies: un raro canelo y dos hayas meridionales comunes. En otros lugares estos árboles perennes alcanzan los 20 metros de altura. Aquí, los que están más protegidos del viento pueden llegar a los 10. Pero la mayoría mide bastante menos. Hay bosquecillos poco más altos que yo.

Estos bosques enanos crecen dispersos por debajo de una cresta al sudoeste de nuestro campamento. Tras explorar durante varios días su perímetro, queda claro que no será fácil identificar el ejemplar más austral. Si crece en el cantil del cabo, necesitaremos que el cielo se despeje para examinar la pared y que el viento amaine para escalar o descolgarnos hasta él.

El último árbol también podría estar en el límite del bosque. Pero es más probable que crezca solo o en una arboleda exigua, y puede que tengamos que peinar el terreno para verlo. Un árbol solitario no se mantendría en vertical mucho tiempo.

Durante nuestra estancia, el viento alcanza rachas de 140 kilómetros por hora, entrando ya en la categoría de vientos huracanados. Convierte en jirones una tienda de campaña y está a punto de arrojar otra al mar.

Organizamos las tareas en función de las condiciones meteorológicas. Una tarde nublada nos aventuramos en un bosquecillo. El dosel es tan denso y bajo que nos ponemos de rodillas y avanzamos a rastras. En el interior encontramos una alfombra de musgos y líquenes de color verde eléctrico. En lo alto, cada árbol se curva e inclina en espirales achatadas, como muelles comprimidos. Parece un mundo imaginado por J. R. R. Tolkien y aplastado desde arriba por una mano gigante.

La lozanía de la isla sorprende a Holz. Al horadar varios troncos, descubre que sus anillos son casi blancos, señal de un crecimiento explosivo. «Estos árboles están estupendos», afirma. No se lo esperaba, dada la dureza de las condiciones.

Una mañana se disipa por fin la niebla y subimos hasta la punta del cabo para asomarnos al acantilado. No vemos nada, pero el ángulo impide descartar la presencia de vegetación arborescente.

De modo que, tras más de una semana en la isla, aprovechamos que por primera vez amanece soleado y llamamos por radio al Oveja Negra. Tras subir a bordo, nos acercamos al cabo desde el mar. Buma, emocionado por la perspectiva de estudiar el último árbol mientras pende de una cuerda sobre los mares más bravos de la Tierra, sigue deseando que el tesoro esté en la pared. Yo no.

Cabeceamos en el oleaje a unos cientos de metros hacia el este, escrutando la roca desde la proa. Detrás de mí, Buma se balancea con los prismáticos en los ojos. Sigue sin ver árboles.

«Mirad en lo alto, ¿es solo hierba?», grita Harley.

«Sí, un montón de hierba –confirma Buma–. Pero todavía no lo hemos revisado todo».

Para ello tendremos que doblar el cabo de Hornos. Firmani, el capitán, se prepara para la traicionera singladura. Enfrentamos las olas y nos lanzamos a por todas. Firmani, con los ojos desorbitados, empieza a aullar. El viento arrecia y el barco comienza a bandear. Alguien se mete precipitadamente bajo cubierta para vomitar.

En cuestión de minutos damos la vuelta. Hemos visto lo que necesitábamos. En lo alto, los salientes húmedos de la roca están tapizados de vegetación. Pero está claro que no hay ningún árbol. Constato con alivio que las cuerdas y mosquetones que ha traído Harley se quedarán sin usar.

El árbol más austral forma parte de un grupo de siete coigües de Magallanes, algunos de ellos secos. A medida que el planeta se calienta, ¿se desplazarán los bosques hacia el sur, en dirección a la Antártida? A partir de ahora podremos seguir su avance tomando como referencia este árbol.

El árbol más austral forma parte de un grupo de siete coigües de Magallanes, algunos de ellos secos. A medida que el planeta se calienta, ¿se desplazarán los bosques hacia el sur, en dirección a la Antártida? A partir de ahora podremos seguir su avance tomando como referencia este árbol.

Foto: Ian Teh

Ya de vuelta en tierra firme, Holz y Buma reanudan la búsqueda con determinación. Transecto a transecto, revisan la ladera por detrás del cantil. A los dos días Buma encuentra su árbol: un enredo de ramas que asoman entre la abultada hierba tussac. Consulta el GPS. Mientras yo estoy junto al árbol, él recorre otra cuadrícula y encuentra el siguiente, 17 metros más al norte. Usándome como marcador humano, registra la ubicación.

Buma regresa, y él y Holz se ponen a rebuscar entre la hierba. En lugar de un solo árbol descubren un grupo de siete, la mayoría secos.

«Estamos en una ladera orientada al nordeste, que probablemente sea el mejor punto de esta zona para que crezca un árbol», dice Buma. Holz añade: «Soleado y algo resguardado del viento».

El árbol más austral del mundo es unNothofagus betuloides, un tipo de haya meridional llamada coigüe de Magallanes, especie que recolectó por vez primera el equipo del capitán Cook. Los anillos revelan que tiene 41 años. Ronda los cinco centímetros de diámetro y los 60 de altura. A partir de ahí, se dobla hacia un lado y crece entre la hierba.

No es un roble de gran porte, pero Buma está encantado. «Es una auténtica maravilla», dice.

A bordo del Oveja Negra, unos días después, volvemos a cruzar un plácido canal de Beagle. Tras 11 días de crueles vientos y aguaceros, me muero por una cerveza y una ducha caliente. Buma sigue sin creérselo. Holz y él han hecho historia. Su trabajo ha determinado una referencia científica para la medición de la migración forestal. Y además es una pasada.

¿Cuánto ha cambiado este lugar con el calentamiento del planeta? No podemos asegurarlo. Buma y Rozzi harán un seguimiento de lo que pase a partir de ahora. ¿Se convertirá este paisaje similar a la tundra en un espeso bosque dentro de 20 años? ¿Desplazarán los vientos, alterados por un clima cambiante, el límite del bosque? ¿Llegará el día en que las aves lleven semillas más al sur y los árboles echen raíces en parajes donde hoy no se conocen?

El cambio climático puede parecer una abstracción, apunta Buma, pero hasta los niños entenderían este proceso. Si puede mostrarles en Google Earth el punto donde crece el árbol más austral, esa realidad será más tangible y significativa.

«La meta siempre ha sido localizar un punto, un punto físico que la gente aprecie a simple vista, que marque el límite –dice–. Así podremos ver cómo el planeta lo deja atrás».

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En el podcast de National Geographic

Craig Welch relata la búsqueda del árbol más meridional en «The Tree at the End of the World», en la tercera temporada de nuestro podcast Overheard, en natgeo.com/overheard.

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Craig Welch escribió sobre la cultura de los cetáceos en el número de mayo de 2021. Ian Teh, ganador de una beca del Centro Pulitzer, examina el impacto del desarrollo y el cambio climático sobre el río Amarillo.

Este artículo pertenece al número de Junio de 2021 de la revista National Geographic.



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martes, 18 de mayo de 2021

Pachinko. Los 10 mejores destinos para viajar en familia este verano

Este año te lo has ganado con creces. Las vacaciones familiares están a la vuelta de la esquina y este 2021 son más esperadas que nunca. Para ponerte las cosas muy fáciles vamos a recomendarte los 10 mejores destinos para viajar en familia este verano.

Se trata de destinos para viajar con niños que les han encantado a nuestros hijos (o que están en su lista de deseos) y que además de contar con planes ideales para grandes y pequeños tienen una gran variedad de hoteles para familias que son ideales. Prepara las maletas y las ganas de pasarlo bien que nos vamos de viaje. 

Destinos ideales para viajar con niños en verano

Cómo buscar el destino ideal para viajar con niños

No ha sido sencillo quedarse con sólo 10 lugares para unas vacaciones con niños. Les hemos preguntado a nuestros hijos qué viajes en familia de los que hemos hecho les han gustado más y también qué sitios tienen ganas de conocer (dentro de los países que han abierto sus fronteras a los españoles, o piensan hacerlo el próximo verano).

Playas de ensueño, paisajes naturales increíbles, parques temáticos de lo más divertidos, en España o en destinos exóticos, lo importante es que este verano toda la familia lo pase en grande y cargue las pilas tras las duras restricciones provocadas por la pandemia del coronavirus.

También te recomendamos que le eches un vistazo a las ofertas de viajes en familia en Viajes Carrefour, ya que todos ofrecen cancelación flexible, seguro covid y financiación online hasta 12 meses. ¡Empezamos!

Islas Canarias

Fotos de Las Palmas de Gran Canaria, Snorkel Vero y Teo

Será uno de los destinos estrella del verano de 2021 y es que las Islas Canarias lo tienen todo para unas vacaciones perfectas en familia.

Tenerife cuenta con lugares únicos como el Teide, playas y calitas encantadoras, una gastronomía sabrosa y cargada de matices o una oferta de alojamientos extraordinaria enfocada a los más pequeños de la casa.

También somos unos enamorados de Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad que mezcla la cultura canaria con las costumbres de gentes venidas de todos los confines del globo. Sus barrios coloniales, parques con dragos, ficus, y palmeras o su impresionante playa de Las Canteras pueden ser una buena base para explorar el resto de Gran Canaria.

Y ya que hemos hablado de dos islas que les encantan a nuestros hijos, en nuestra lista de deseos para viajar con los niños este verano también estarían Lanzarote, Fuerteventura o La Palma.

Menorca

Sitios que ver en Menorca

Menorca es una isla muy cercana, con playas espectaculares, turismo poco masificado, calidad de vida y una gastronomía deliciosa. Este destino es perfecto para unas vacaciones con niños y además es mucho más que sol y playa.

Toda la isla está protegida por la UNESCO como Reserva de la Biosfera desde 1993, así que no te extrañe encontrarte un auténtico paraíso a muy pocos minutos en avión de la península.

Las mejores playas y calas de Menorca se encuentran en el sur de la isla, joyas como  Macarella y Macarelleta, Mitjana, Turqueta, Son Bou, Binidalí, Son Saura, Trebalúger son ineludibles.

Además de chapotear y jugar en la arena, a los niños les encantará visitar alguno de los precioso faros que hay en toda la isla, recorrer un trocito de los senderos del Camí de Cavalls o conquistar la Fortaleza de la Mola en Mahón.

Costa Blanca

Sitios que ver en Altea

Permitidnos que barramos un poco para casa, ya que al vivir en Alicante conocemos muy bien la Costa Blanca y la Comunitat Valenciana.

El clima es estupendo todo el año en la Costa Blanca y está emplazada en un entorno maravilloso donde mar y montaña se abrazan creando un entorno ideal para viajar con niños.

Lógicamente la provincia de Alicante es conocida por sus playas, algunas de nuestras favoritas son las de San Juan, El Campello, Santa Pola, Altea, Xàbia (con la célebre Playa de la Granadella) o Dénia.

Tampoco puede faltar Benidorm en esta ecuación. Pocas ciudades están tan encasilladas como ésta, pero clichés aparte, tenemos que admitir que a nivel de ocio y actividades lúdicas para todas las edades, pocos lugares se pueden comparar con la oferta que tiene esta localidad mediterránea.

Sin embargo, ya que aprovecháis para visitarnos, también te recomendamos que visites los pueblos más bonitos de Alicante interior.

Cabo de Gata

Cabo de Gata en familia

El Cabo de Gata fue el destino que escogimos para viajar con niños el verano pasado, así que podemos decir con todo convencimiento que es perfecto para pasarlo bien con los peques.

Lo ideal es buscar uno de los muchos hoteles para familias que hay en este punto de Andalucía e ir moviéndote en coche para descubrir las playas y pueblos bonitos que hay repartidos por todo el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar.

Las famosas Playa de los Muertos o los Genoveses, las salinas de Cabo de Gata, el mirador de La Amatista, Níjar y su artesanía local, las antiguas minas de Rodalquilar, el Faro de Cabo de Gata o los antiguos estudios donde se rodaban Spaghetti western son alguno de sus muchos reclamos.

Navarra

Navarra en familia
El precioso pueblo de Gallipienzo en Navarra.

No todo tiene que ser playa en esta lista con los mejores destinos para viajar en familia este verano. Uno de los sitios que hemos descubierto recientemente es la preciosa Comunidad Foral de Navarra.

Además de lo animado que está siempre el casco viejo de Pamplona (y sus deliciosos pintxos) o de visitar el Planetario ubicado en el Parque Yamaguchi. Lo que destaca realmente de esta región es su desbordante naturaleza.

Rincones de película como las Bardenas Reales o el Valle de Baztán, parques para toda la familia como Sendaviva, el Monasterio de Leyre y el embalse de Yesa, la impresionante Foz de Arbayún y la Foz de Lumbier, la Selva de Irati y el Valle del Roncal, pueblecitos como Gallipienzo o Ochagavía y el pre-Pirinero navarro o el Parque Natural de Aralar son irrepetibles.

Puy du Fou España en Toledo

Puy du Fou España - A pluma y espada

Sin duda, uno de los descubrimientos de este 2021. Ya habíamos tenido la suerte de visitar Puy du Fou en Francia y cuando nos enteramos que iban a abrir una versión española en Toledo no nos lo pensamos dos veces a la hora de visitarlo.

Lo que convierte en un lugar tan especial a Puy du Fou España es que no tiene ni una sola atracción a la que subirse y aún así es un éxito rotundo entre el público de todas las edades.

La clave de su notoriedad son sus sensacionales espectáculos en las que por unas horas tienes la oportunidad de teletransportarte a otras épocas de la historia.

Todos sus shows son un viaje en el túnel del tiempo por España con una puesta de escena fastuosa que mantiene al público en vilo, ya sea por la historia, las acrobacias y peripecias de los actores y artistas o unos efectos especiales dignos de Hollywood. Tampoco te pierdas su espectáculo nocturno titulado El Sueño de Toledo.

Costa Daurada y Port Aventura

Fotos de Salou, PortAventura

Hace unos meses estuvimos en la Costa Daurada con toda la tropa. De este maravilloso enclave de la provincia de Tarragona destacaríamos sus preciosas playas, un entorno natural envidiable y una oferta de ocio y diversión para familias realmente sin paragón.

Es uno de los destinos mediterráneos que más nos apetece visitar en verano, especialmente porque a los niños les encanta pasar uno o dos días pasándolo en grande en
PortAventura World.

Además, un buen complemento a esta escapada puede ser la visita en familia a uno de los lugares de interés más bellos de España… el Delta de l’Ebre.

Normandía en Francia

Sitios que visitar en Francia en 2021
El Mont Saint Michel es una de las joyas de Normandía en Francia.

Aunque hemos estado en Francia muchas veces (y con los peques en Disneyland Paris), este verano seguramente que optemos por conocer Normandía que es, probablemente, el destino que más ganas tenemos de visitar con los peques en el país vecino.

Lugares imprescindibles como Giverny, Rouen, Le Havre, Caen, las Playas del Desembarco o el Monte Saint-Michel, combinan a la perfección con lugares para toda la familia como la Visita al Paléospace de Villers-sur-Mer o el parque de los Vikingos Ornavik.

Viajar a Maldivas con niños

Maldivas en familia

Y ya que hablamos de lugares de ensueño para viajar con niños, Maldivas no podía faltar en nuestro top. Ya sabéis que Asia es nuestro continente favorito, aunque hay muy pocos lugares de este continente a los que se permita viajar a los turistas españoles.

Este precioso conglomerado de más de 2.000 islas es uno de los destinos que más pronto abrió sus fronteras a los viajeros (en concreto en julio de 2020) y es de los más seguros por sus protocolos sanitarios. Simplemente con presentar una prueba PCR negativa a la entrada ya puedes alojarte en algunos de sus resorts de ensueño.

A cambio te espera un verdadero paraíso con aguas turquesas cristalinas, corales repletos de colores y vida o fauna marina como tortugas y pequeños tiburones que puedes ver muy de cerca.

República Dominicana

Republica Dominicana en familia

El Caribe tampoco podía faltar en esta lista. Como ya hemos estado en otros destinos como México o Colombia, esta vez vamos a soñar con la República Dominicana.

Este destino es reconocido mundialmente por sus excursiones fuera de lo común, su rica cultura, sus infinitas comodidades y su clima perfecto durante todo el año.

La República Dominicana es fácilmente accesible en vuelos directos desde España y donde puedes disfrutar de senderos hasta playas sin descubrir, deleitarte con su comida típica o disfrutar de aventuras de ecoturismo en sus magníficos parques nacionales, cordilleras y ríos.

La aventurera Puerto Plata, la exuberante Samaná, la histórica Santo Domingo y su pasado colonial, la soleada Punta Cana, la lujosa La Romana, la alegre Barahona recibirán a toda la familia con los brazos abiertos.

¿Te han gustado nuestros 10 mejores destinos para viajar en familia este verano? ¿Nos propones algún otro lugar para pasar unas divertidas vacaciones en familia?. Esperamos tus sugerencias en los comentarios.

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martes, 11 de mayo de 2021

Pachinko. FETEN, cuando la magia del teatro infantil conquista Gijón

Una de las mayores satisfacciones que tenemos los padres es ver a nuestros hijos felices. Nos encanta verlos sonreír y completamente conectados con algo que estan viviendo con emoción, ya sea un juego con otros niños, viendo un paisaje por primera vez o una obra de teatro que les mantiene en vilo. Magia pura.

Poco antes de que estallara la pandemia del coronavirus, Oriol y yo tuvimos la gran suerte de asistir a la Feria Europea de Artes Escénicas para Niños y Niñas, FETEN de Gijón y sentimos una envidia muy sana por ver como el teatro infantil conquistaba las calles de esta ciudad de Asturias. Vamos a contarte qué es FETEN Gijón y porqué nos gustó tanto.

Qué es la Feria de Teatro FETEN para niños de Gijón

Obras de teatro de FETEN en Gijon

Aunque hemos viajado a esta ciudad asturiana varias veces (no te pierdas nuestras recomendaciones sobre qué ver en Gijón con niños), la última vez lo hicimos específicamente para asistir a FETEN, sin duda, la mejor feria de artes escénicas para niños de Europa.

Gijón es tomada literalmente por el teatro, el circo, las performance y todo tipo de talleres y actividades enfocados a los más pequeños de la casa, y ya sabes que una de nuestras máximas es «niños felices, papás contentos».

Además del disfrute que eso conlleva para toda la familia, FETEN es un espacio donde se presentan muchas obras por primera vez a programadores culturales de toda Europa desde 1991, por lo que las familias gijonesas tienen el privilegio de «testear» y disfrutar de esos espectáculos antes que nadie.

Al ser el estreno de muchas obras y espectáculos, la calidad de las artes escénicas que puedes ver esos días en Gijón es muy alta, así que merece muchísimo la pena asistir a las funciones y disfrutar del ambientazo que hay por las calles de Xixón.

¿Cuándo se celebra FETEN 2021?

Espectaculos clown en FETEN Gijon
Foto cedida por FETEN.

Normalmente FETEN se suele celebrar a principios de año, pero en 2021 debido a la pandemia por COVID-19 se ha retrasado del 9 de mayo al 14 de mayo.

Este año, que se cumple la edición número 30 de FETEN, se está celebrando una feria especial con dos modalidades bien diferenciadas (FETEN presencial y FETEN virtual) para que se cumplan todos los protocolos sanitarios y poder limitar los aforos. La seguridad es siempre lo primero.

En 2021, FETEN acoge un total de 88 obras de 39 compañías teatrales de 14 comunidades autónomas y reunirá a cerca de 550 profesionales del sector.

El Teatro Jovellanos de Gijón y sus espectáculos top

Teatro Jovellanos de Gijon

Aunque FETEN Gijón suele contar con diversos escenarios y espacios repartidos por toda la ciudad, la joya de la corona es su espectacular Teatro Jovellanos. Aquí es donde se presentan los espectáculos más potentes, esos que merece mucho la pena ver y disfrutar.

El Teatro Jovellanos de Gijón está situado en el precioso Paseo de Begoña es un lugar cargado de historia ya que fue inaugurado fue inaugurado en 1899. Durante la Guerra Civil Española fue reducido a escombros en 1937, aunque fue reconstruido en 1942.

Posteriormente, ha sido reformado en varias ocasiones (la última en 2010) convirtiéndose en uno de los teatros referentes de España. El Teatro Jovellanos es además una de las sedes de los Premios Princesa de Asturias y, lógicamente, del Festival de Cine de Gijón.

Las entradas para los espectáculos de FETEN que se representan en el Teatro Jovellanos se pueden comprar online online en la web de Liberbank, aunque suelen agotarse con bastante rapidez.

Los precios de las entradas son bastante populares. Por ejemplo, el espectáculo Artinauta de Marcel Gros que es el que clausura la 30ª edición de FETEN cuesta 7 € en patio de butacas.

El teatro infantil toma las calles de Gijón

Teatro de calle en FETEN Gijon

Aunque ya hemos hablado de la calidad de los espectáculos que se representan en el marco de FETEN Gijón, quizás lo que más nos gustó a Oriol y a mí fue el ambiente festivo y cultural que hay repartido por las principales calles de Gijón.

Títeres, teatro de objetos y gestual, clowns, danza, música, magia o juegos tradicionales infantiles, por citar unos pocos ejemplos, toman las calles creando un entorno cultural y lúdico en el que niños de todas las edades y familias pasan un rato súper agradable.

Además del mencionado Teatro Jovellanos, podrás disfrutar del ambiente teatral en lugares como la Laboral Ciudad de la Cultura, el Centro de Cultura Antiguo Instituto, la Colegiata de San Juan Bautista y los centros municipales integrados Ateneo de La Calzada, El Coto o El Llano.

Pero además, de los centros culturales y teatros hay muchas propuestas de calle en lugares como el quiosco de la música del Paseo de Begoña, La Plaza del 6 de Agosto y El Náutico. Oriol con sólo 7 años flipó en colores… y yo feliz de verlo así de emocionado. Esperemos que cuando pase la pandemia esta feria tan bonita recupere la normalidad.

Trapecistas en FETEN Gijon

Espero que tengáis la suerte de disfrutar de FETEN en el futuro, pero Gijón es una ciudad culturalmente muy viva y tiene planes casi todo el año. Algunos de sus iniciativas más célebres son el Festival Internacional de Cine de Xixón, el Gijón Sound Festival o la Semana Negra. Seguro que encuentras una cita cultural que te cautive.

¿Qué te ha parecido la Feria de Teatro FETEN para niños de Gijón? ¿Te apuntas a la edición de 2022? Esperamos tus comentarios. Tienes más info en la web oficial de Gijón Turismo y de FETEN.

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lunes, 10 de mayo de 2021

Pachinko. Las mejores playas de Altea: calas y arenales para disfrutar del verano

Tras más de un año de coronavirus es normal que tengas ganas de una escapada de relax junto al mar, así que vamos a recomendarte nuestras playas de Altea favoritas, todas de ellas abiertas al viajero después del COVID.

Esta localidad alicantina, bañada por el mar Mediterráneo, posee muchas zonas de playas y calas idílicas y, además, no hace falta irse muy lejos. Altea es un pueblo de la Costa Blanca ubicado a unos 67 km de Alicante, un lugar muy bohemio y tranquilo en el que planificar viajes en familia o con amigos (como puedes leer en nuestro post con recomendaciones sobre qué ver en Altea).

Nuestras opiniones sobre las calas y playas de Altea

Las playas de Altea mas bonitas tras el covid

Muchas de las playas de este territorio suelen estar premiadas con bandera azul casi todos los años y es que tiene unas aguas cristalinas y fondo marino que hacen que sea un paraje especial en el que relajarse y pasar unos días.

Si tienes pensado pasar tus vacaciones de verano en la Costa Blanca, y más concretamente en este pueblo costero, lee a continuación nuestra lista con las mejores playas y calas de Altea, un destino que no pueden faltar en tu ruta de viaje por Alicante.

Playa de la Barreta

Playa de la Barreta en Altea

La Playa de la Barreta se encuentra ubicada a las afueras de Altea junto al Puerto Deportivo Luis Campomanes. Está compuesta de grava y cuenta con una extensión de 100 metros. Se trata de un sitio ideal para realizar deportes acuáticos como el buceo, paddel surf o kayak… o pasar un día de ocio con toda la familia.

Como curiosidad decirte que es uno de los puntos por donde pasa el meridiano de Greenwich, a partir del cual se calculan las longitudes en el plano terrestre. Está próxima a la Playa del Mascarat que cuenta con un chiringuito en el refrescarse y un parking bastante grande donde aparcar sin problema.

Playa de l’Olla

Playa de l Olla en Altea

En la Playa de l’Olla te sorprenderá por sus preciosas vistas del Peñón d’Ifach a lo lejos. Su suelo combina grava fina, arena y rocas a lo largo de su kilómetro de extensión.

En nuestra opinión es una de las más completas, ya que a pie de playa puedes encontrar una gran variedad de restauración, parking y accesos que facilitan la entrada a personas con movilidad reducida.

El segundo sábado del mes de agosto a medianoche, puedes contemplar los fuegos artificiales del denominado Castell de L’Olla al que muchos han bautizado como los más espectaculares de todo el Mediterráneo.

Cala del Soio

La Cala del Soio es una de las más agradables de Altea para disfrutar del día. Destaca porque se puede acceder a pie.

Tiene una pineda cerca en la que poder resguardarse del sol y comer muy a gusto. También nos gusta la zona de rocas en las que puedes practicar la pesca o bucear. Además, en el mismo puerto puedes alquilar kayaks y tablas.

Playa de La Roda

Playa de La Roda en Altea

Después de pasar la desembocadura del río Algar se halla la Playa de La Roda. Es una de las mejores playas de Altea para ir con niños ya que tiene una zona de juegos para los peques, además de instalaciones deportivas como redes para jugar al vóley playa. Cuenta con acceso para gente con movilidad reducida gracias a su servicio de playas accesibles.

Esta playa de grava y bolos, que suele contar con bandera azul casi todos los veranos, tiene muy cerca numerosas tiendas y restaurantes, además es una de las playas más visitadas de Altea ya que se encuentra cerca del casco urbano.

Playa de Cap Negret

Playa de Cap Negret en Altea

La Playa Cap Negret está justo al lado de la Playa de la Roda y su longitud comprende desde la desembocadura del Algar hasta la misma Cala del Soio, lo que la hace disponer de 2 kilómetros para disfrutar de los días de sol y mar con todos los servicios que se necesiten al alcance de la mano.

Los bañistas podrán encontrar en esta zona (que se compone de grava y de aspecto semiurbano) con restaurantes, parking, alquiler de patines acuáticos, puestos de la Cruz Roja e incluso cámping.

Playa Cap Blanc

Playa Cap Blanc de Altea

Con 1.350 metros de extensión tenemos la Playa Cap Blanc. Más de 1 kilómetro de playa compuesta por grava fina y bolos que le dan la una imagen muy rústica. En su extremo sur se unifica con el municipio vecino de L’Alfàs del Pi.

Se trata de un enclave perfecto para bucear y ver la fauna marina y, además, cuenta con restaurantes, parking cercano y servicios como lavapiés y puesto de socorro.

Playa La Solsida

Si quieres darte un baño con absoluta tranquilidad te recomendamos la Playa La Solsida, pues es una de las menos masificadas en verano.

Esta cala de Altea está ubicada después del Puerto Mar y Montaña en la Galera del Mar y su acceso es un poco complicado, ya que tendrás que bajar una cuesta bastante pronunciada para llegar hasta ella… aunque el esfuerzo merece muchísimo la pena. Como cualquier playa y cala de esta zona de Altea está compuesta de bolos y roca.

Playa de L’Espigó

Playa de L Espigo en Altea

Con 300 metros de longitud, la última de las playas de Altea que te vamos a recomendar hoy es la Playa de L’Espigó, emplazada justo al lado de la playa de La Roda.

Se trata de una buena playa para la práctica del buceo gracias a sus espigones que la protegen del oleaje. Además tiene un aparcamiento al lado y cuenta con el servicio de playas accesibles.

Ahora que conoces las mejores playas y calas de Altea solamente hace falta pillar la maleta y escoger en cuál de ellas vas a pasar tus vacaciones este verano.

Si no tienes bastante con nuestras recomendaciones, te dejamos un enlace a Alicante Directorio donde encontrarás un listado con todas las playas y calas de la provincia.

Esperamos tus opiniones de las playas de Altea más bonitas en los comentarios.

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