La pequeña isla de Mykines en las Islas Feroe es uno de los mejores lugares del mundo donde ver frailecillos a muy pocos metros de distancia. Mucha gente nos preguntó en su momento para qué fuimos a este remoto lugar. «¿Qué se os ha perdido por allí? ¿Hay algo que hacer?». Seamos sinceros, no es un destino muy turístico que digamos, pero encontrar en Europa lugares que todavía no estén masificados es un lujo. En cierto sentido esa presunta virginidad nos sirvió de acicate para explorar un archipiélago que por su belleza merecería más atención por parte de los viajeros.
Ahora nos resulta complicado encontrar el momento en que se nos encendió la bombilla, las musas de la inspiración nos metieron en la cabecita el nombre de Islas Feroe y luego se desvanecieron como los extractores de la película Inception al despertar. Pese a la nebulosa, estamos convencidos de que el origen de nuestro deseo tiene que ver con alguna imagen, texto o vídeo relacionado con la excursión para ver frailecillos en Mykines.
¿Dónde ver frailecillos en las Islas Feroe? Bienvenidos a Mykines
Esta pequeña isla está considerada la joya de la corona de las Feroe y en cierta medida lo es gracias a su abundante colonia de frailecillos, un ave muy pintoresca que sólo se deja ver en las costas e islas del Atlántico norte y el Océano Ártico. Sus nidos suelen estar ubicados en lugares muy escarpados y de difícil acceso, características que se cumplen a la perfección en ciertas zonas de esta isla. Vamos a ver dónde ver frailecillos en Mykines.
Cómo llegar a la isla de Mykines
Aunque se puede llegar en helicóptero, para alcanzar Mykines nosotros tomamos un ferry que parte del pequeño puerto de Sørvágur en la isla de Vágar. Puedes consultar los horarios y los precios del ferry en esta web, además de reservar tu plaza. También debes tener en cuenta que si hay mal tiempo o las condiciones del mar no lo permiten el barco no zarpará. Si quieres ir en helicóptero puedes reservar tu plaza aquí.
El trayecto dura unos 45 minutos y es una atracción en sí mismo por lo extraordinario del paisaje, especialmente por navegar junto al islote Tindhólmur, un saliente de rocas verticales dentadas que asemejan una mano surgiendo de las aguas estilo Mordor.
La poca gente que pueda haber en el barco suele ir en la cubierta y, aunque sea verano, bien pertrechada para protegerse de frío, lluvia y las olas del mar. Yo me atreví a luchar contra el balanceo, pero los peques y Vero viajaron cómodamente y muy calentitos en las tripas de la nave.
EXCURSIÓN A MYKINES DESDE TÓRSHAVN
- Si no tienes demasiado tiempo para ir por libre o te apetece tener todo bien organizado antes de tu viaje a las Islas Feroe, también puedes reservar aquí una excursión de un día completo para ver frailecillos en Mykines con salida desde Tórshavn.
Excursión a Mykines para ver frailecillos
El puerto de Mykines (por llamarlo de alguna forma) está encastrado en una hendidura sobre la roca que protege al ferry del viento y las inclemencias del Atlántico norte. Nada más tomar tierra, toca subir una empinada escalera que recuerda a las que Frodo, Sam y Gollum tuvieron que superar para llegar a Cirith Ungol en su empeño por destruir el anillo, pero con la diferencia de que al finalizar la ascensión te encuentras una aldea deliciosa, pintada con una decena de casas con techos de hierba atravesadas por un riachuelo y rodeadas de una pradera verde inmaculada.
De las 18 islas que componen el archipiélago de las Feroe, Mykines es una de las menos pobladas de las que están habitadas. Paraíso para muchos, cárcel quizá para otros, en la aldea viven 13 personas. En otras poblaciones tuvimos la sensación de atravesar pueblos fantasmas, pero aquí fue todo lo contrario. Los pocos lugareños que había salieron a recibirnos, incluso nos ofrecieron el carrito para llevar a Oriol por el pueblo o a entrar a tomar un café en sus casas. ¿Un Bienvenido, Mister Marshall a la feroesa?
Una vez finalizado el cortejo y visto el pueblo de arriba abajo, nos animamos a hacer la excursión para ver frailecillos en Mykines que es la más célebre de la isla. Se trata de una caminata de unas 3 horas (ida y vuelta) que separa la aldea con el islote Mykineshólmur, donde se halla un faro que es el primero que divisan los trasatlánticos cuando llegan a Europa. Lo de las 3 horas es muy relativo, sobre todo en nuestro caso que íbamos con un niño de cuatro años y un bebé de año y medio. Aún así nos pusimos manos a la obra y empezamos a subir una pendiente esmeralda siguiendo a los pocos viajeros que iban en el ferry.
La primera cuesta se hizo interminable con los niños, entre otras cosas, porque Teo se imaginaba que aquello era un enorme tobogán verde sobre el que deslizarse y no paraba de retozar sobre la hierba. Conforme íbamos subiendo el lienzo iba mejorando. La aldea de Mykines se empequeñecía e iban apareciendo los acantilados, las ovejas y las cumbres. Sólo por los paisajes azules y cetrinos hubiera merecido la pena la caminata, pero se nos olvidaba lo más importante, entrábamos en el reino de los frailecillos.
Sin verlos venir, nos encontramos rodeados por decenas y decenas de estas preciosas aves. El aleteo es como un zumbido que te silba por todas partes. Daba igual que se asustaran ante nuestra presencia, había tantos que los podías contemplar perfectamente a un metro de distancia, incluso con sus capturas, en forma de pescado, en sus picos coloridos.
Llevaríamos unos 40 minutos desde que abandonamos el pueblo cuando el camino se puso un poco peliagudo para los peques. Acantilados a una parte y otra del sendero, frailecillos revoloteando por doquier, y el camino que se estrechaba peligrosamente. El lugar era muy hermoso, pero pensamos en la seguridad de los niños ante todo. Vero, Teo y Oriol se quedaron en un terreno seguro y yo seguí la marcha hasta el faro.
Aunque en la soledad fue imposible no pensar en Los Pájaros de Hitchcock, pronto olvidé esa sensación de peligro absurdo y me inundó una sensación de libertad que pocas veces había percibido antes. Estaba completamente solo, rodeado de un entorno digno de los versos de los mejores poetas y vendo una de las mayores colonias de frailecillos del mundo volando a mi lado. También divisaba alguna que otra oveja pastando, aunque los rumiantes no me prestaron demasiada atención.
El camino hasta el faro es de una belleza casi legendaria. El sendero, embarrado por momentos, tiende a desaparecer y se convierte en un eterno sube y baja con escarpados acantilados repletos de nidos de frailecillos. El momento más mágico vino al cruzar el puente colgante que te conduce a Mykineshólmur entre precipicios con cientos y cientos de aves blancas y negras con picos de vivos colores.
Realmente perdí la noción del tiempo entre que dejé a mi familia, llegué al faro y volví a reunirme con ellos en aquel rincón de las Islas Feroe. Era como estar en una nube. Una vez juntos, el descenso fue muy agradable y divertido. Teo y Oriol dieron buena cuenta de las cuestas retozando por la hierba y en un santiamén estuvimos de nuevo en la aldea sin saber demasiado qué hacer. Fuimos a Kristianhús, el único «restaurante» que hay en la isla a resguardarnos del frío y nos tomamos un chocolate caliente y gofres. Aquel día se convirtió en uno de los mejores recuerdos viajeros que tenemos. Mykines, el reino de los frailecillos, ocupará siempre un lugar de honor en nuestra memoria y nuestro corazón.
¿Qué te ha parecido la excursión para ver frailecillos en Mykines? ¿Te gustaría viajar a las Islas Feroe? Esperamos tus preguntas, dudas o sugerencias en los comentarios.
via Pau https://ift.tt/2SeHRzu
No hay comentarios:
Publicar un comentario