El mes de septiembre de 1991 estaba resultando más caluroso de lo normal en los Alpes austríacos. Helmut y Erika Simon, un par de experimentados montañeros alemanes, acababan de iniciar el peligroso descenso desde el Finialspitze, a 3.600 metros de altitud. La pareja había subido en pocas horas a la cumbre de esta montaña, situada en la frontera austroitaliana, y para descender habían escogido una ruta virgen no exenta de dificultades. Los montañeros iban rodeando con cautela las fisuras y salientes rocosos hasta que, tras una hora de esfuerzo, se encontraron con una loma junto a una estrecha hondonada. La cañada estaba inundada de hielo derretido procedente de los glaciares, y Helmut y Erika tuvieron que rodear el obstáculo. Fue entonces cuando observaron una mancha marrón que sobresalía del aguanieve. Helmut le comentó a Erika que parecía la cabeza de un muñeco, pero al acercarse a echar un vistazo se dieron cuenta de que se trataba de la cabeza y los hombros de un cadáver humano. Junto al cuerpo yacían los restos de una especie de maletín hecho de corteza de árbol y, un poco más lejos, la atadura de un esquí azul. La presencia de este último hizo que Helmut y Erika dedujeran que el cadáver era el de un montañero fallecido en un accidente algunos años atrás. La pareja regresó rápidamente al refugio para informar al propietario, quien avisó a la policía de las jurisdicciones italiana y austríaca. Al día siguiente, un helicóptero aterrizó en el lugar y un policía austríaco intentó liberar sin éxito el cuerpo del presunto montañero con una perforadora neumática que le atravesó la cadera izquierda y desgarró parte de su ropa. Liberado del hielo
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