En junio de 1871, un barco de madera de aspecto robusto y con nombre épico, el Polaris, zarpó del puerto de Nueva York. A bordo viajaban marineros curtidos, científicos, carpinteros, un médico y un capitán conocido por su testarudez y su valentía: Charles Francis Hall. ¿Su objetivo? Tan claro como ambicioso: ser los primeros en alcanzar el Polo Norte.
En aquella época, el Ártico era una vasta extensión desconocida, llena de peligros y promesas. Cada milla ganada era un paso hacia lo que se consideraba uno de los mayores logros geográficos posibles. Y Hall soñaba con plantar la bandera estadounidense en el punto más septentrional del planeta y, de paso, devolver a casa a los patrocinadores y a la prensa con una historia épica. Lo que nadie sabía era que este viaje, planeado para ser una gran hazaña, acabaría convertido en una de las historias más tensas y misteriosas de la exploración polar del siglo XIX.
El sueño polar de Hall
Charles Francis Hall no era un marino común. Nacido en Vermont en 1821, había trabajado como grabador y editor de periódico antes de que el magnetismo de las historias árticas lo atrapara por completo. Esa fascinación se encendió con las noticias de la desaparición de la expedición de John Franklin, que en 1845 había partido con dos barcos, el Erebus y el Terror, para encontrar el Paso del Noroeste… y nunca volvió.
El misterio de Franklin conmocionó al mundo y desató una oleada de expediciones de búsqueda. Hall, convencido de que podía ayudar a resolverlo, se lanzó al Ártico por su cuenta. Entre 1860 y 1869 realizó dos largas expediciones, viviendo durante años con comunidades inuit, aprendiendo sus métodos de supervivencia y recogiendo relatos orales que aportaron pistas sobre el destino de Franklin y su tripulación. Hall no encontró los barcos, pero su experiencia le dio fama como explorador y un conocimiento directo de las durísimas condiciones del Ártico.
Así, con el respaldo del gobierno de los Estados Unidos y de varios inversores privados, se construyó y equipó el Polaris. El barco fue reforzado para soportar el hielo y cargado con víveres, carbón y materiales científicos. A bordo viajaba una tripulación internacional: estadounidenses, alemanes, escandinavos e inuit, todos con un mismo objetivo: navegar lo más al norte posible por el estrecho de Smith, al oeste de Groenlandia, y desde allí avanzar en trineos hasta alcanzar el Polo. La realidad, sin embargo, sería mucho más complicada.
Un viaje cada vez más frío… y más tenso
La expedición avanzó durante el verano, aprovechando las ventanas libres de hielo. El paisaje era un mosaico de glaciares, montañas nevadas y mares salpicados de témpanos. Hall tomaba notas constantes, registrando coordenadas y observaciones meteorológicas.
Pero conforme se adentraban en las aguas del norte, surgían problemas. El hielo marino comenzaba a cerrarse antes de lo esperado, obligando a maniobrar constantemente para evitar quedar atrapados. El frío se volvía más intenso y la oscuridad del invierno polar se acercaba. Las diferencias culturales y lingüísticas entre los tripulantes, sumadas al aislamiento, alimentaban tensiones a bordo.
En octubre, cuando parecía que habían encontrado un fondeadero seguro en Thank God Harbor (actualmente Hall Basin), ocurrió lo inesperado: Hall enfermó gravemente tras beber una taza de café. Sufrió vómitos, delirio y parálisis parcial. Antes de morir, dos semanas después, acusó a miembros de la tripulación de haberlo envenenado.
Muerte, hielo y supervivencia
La muerte de Hall dejó a la expedición sin su líder. El mando pasó al ingeniero Emil Bessels, con quien Hall había tenido conflictos previos. La falta de liderazgo claro y las tensiones internas complicaron la misión. Se abandonó la idea de alcanzar el Polo Norte; ahora la prioridad era sobrevivir y volver a casa.
En octubre de 1872, mientras intentaban avanzar hacia el sur, el Polaris quedó atrapado por el hielo y comenzó a ser empujado hacia mar abierto. En medio del caos, diecinueve personas —entre ellas varios inuit, mujeres y niños— quedaron varadas sobre un témpano cuando el barco se separó del hielo. Ese grupo sobrevivió a la deriva durante 196 días y recorrió más de 2.400 km antes de ser rescatado por un barco de caza de focas.
El resto de la tripulación logró salvar el Polaris y navegar hasta la costa de Groenlandia, donde fueron recogidos por otro barco estadounidense. Ninguno había alcanzado el Polo, pero todos llevaban consigo una historia que parecía salida de una novela de aventuras… o de misterio.
El legado de una expedición fallida
La expedición del Polaris no cumplió su objetivo principal, pero dejó archivos importantes. Los mapas y registros que elaboraron aportaron valiosa información sobre el estrecho de Smith, la costa de Groenlandia y las condiciones del hielo ártico. Además, la odisea del grupo que sobrevivió a la deriva en un témpano sigue siendo uno de los relatos más extremos de resistencia humana en el Ártico.
El misterio sobre la muerte de Hall nunca se resolvió del todo. En 1968, un equipo de investigadores exhumó su cuerpo en Groenlandia y encontró niveles elevados de arsénico, lo que reforzó la sospecha de envenenamiento. Sin embargo, nunca se identificó a un culpable ni se pudo descartar del todo la posibilidad de que se tratara de un tratamiento médico mal administrado.
via Noelia Freire https://ift.tt/EZ3RQYz
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